jueves, 2 de junio de 2011

¿Por qué me tengo que callar?

Las nuevas generaciones, hasta cierto punto, somos más desinhibidas para hablar que antes. Nos han enseñado, más de alguna vez, a decir lo que pensamos, a expresar lo que sentimos y a gritar lo que queremos o lo que creemos que merecemos. Pero pese a estos hermosos principios, seguimos callando lo que tanto bien nos haría divulgar. 

Muchos jóvenes, movidos por el contexto enajenante al que nos inducen los medios de masas y la industria del entretenimiento, han aprovechado la famosa libertad de expresión para fines no muy elegantes. Sexo, drogas, alcohol, y otros temas de índole parecida, abundan en canciones, programas televisivos y en conversaciones día y noche. Entonces corremos a llenarnos la boca con palabras soeces, porque tenemos derecho a decirlas, con pensamientos y reflexiones absurdas, porque tenemos derecho a comunicarlo. Creemos que lo sabemos todo sobre lo importante, y cometemos los errores mas grandes por coquetear con la ignorancia. 

Irónicamente, nos negamos a ver el lado mas importante de estos temas que tanto oímos mentar: los miles de tabúes y mentiras al rededor que tanto daño causan a nuestras sociedades. Estas mentiras y ausencias de verdades no nos permiten tratarlos con la seriedad que se merecen (aquellas cosas que no nos enseñan ni las canciones ni los programas de t.v. o radio). 

Y de pronto olvidamos otro derecho de igual protagonismo: el derecho a la información y el conocimiento. Un derecho que deberíamos explotar al máximo. Quien no sabe administrar y sacarle provecho a su derecho de informarse y aprender, jamás podrá usar correctamente su derecho a expresarse. 

Tenemos en nuestras manos una gran y poderosa herramienta que a la vez representa una responsabilidad colosal. Llenarnos de verdad y sabiduría es la única manera lograr que el derecho a expresarnos tenga algún sentido. Este artículo es un llamado a que nos callemos, mientras no tengamos nada bueno que decir, mientras no estemos seguros que lo que decimos es cierto; porque la libertad de que gozamos, y que muchos jamás conocieron, es para aprovecharla, nunca para malgastar o desperdiciarla. 


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