Creo que de más está decir (y aun así lo diré), que hoy en día las redes sociales son las consentidas no solo de la sociedad moderna, sino también de la publicidad y los medios de comunicación. A nadie sorprende ver en los periódicos o vallas publicitarias los emblemáticos íconos de Facebook y Twitter. Y tampoco extraña que en una cadena televisión mundial informativa, como lo es CNN, existan espacios de participación para el público a través de estas redes. En mi opinión, es una interesante estrategia y marca una nueva forma de informar. El canal de comunicación, esta vez, es bidireccional, y la retroalimentación se da inmediatamente.
Con todos y los beneficios que esto trae, lo atractivo de este nuevo formato, existe un dilema personal que no tengo idea si los ejecutivos de la cadena se habrán planteado. Debo recordar que un medio de comunicación, además de informar, tiene el deber de formar. He allí el dilema; América Latina no se destaca por su ortografía (por más que nos duela), nuestro sistema educativo tiene deficiencias innombrables, en unos países más que en otros. Siendo esto así, y considerando que CNN transmite a todos ellos, es común ver en los mensajes en pantalla atrocidades al lenguaje y asesinatos al buen español, que quedan totalmente impunes ante la mirada atónita de esta servidora. ¿Será que tendremos que seguir viendo eso, por protección al derecho de estas personas a que su mensaje se transmita inalterado? ¿Vale la pena exponer al espectador, presentarle algo erróneo sin advertirle que lo es? ¿Qué efectos puede tener esto en nuestra ya debilitada y escueta noción de las reglas de escritura en nuestro idioma?
Analizar el asunto es encontrarse con la espada y la pared. Es necesario prevenir la deformación de la lengua, que tal vez no se deba exclusivamente a este factor, pero sí estaría contribuyendo de manera considerable. No se puede dejar de mostrar los mensajes, porque son la única prueba de legitimidad. La respuesta a este dilema no la tengo yo. Sigo pensando en una medida de censura, porque no debería ser tratado el asunto con menor atención que a las groserías al aire. Pero si no es posible tapar las palabras, ni cambiarlas, ¿Qué hacer?...
Mientras la respuesta queda colgando en el abismo de las interrogantes en espera. Mientras llega alguien a rescatarla del precipicio, ¿Cuál es el precio de la espera?, ¿Cuántas palabras comenzaremos a escribir mal, de tanto verlas mal escritas?...
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